jueves, 29 de mayo de 2008

LA VIA DEL TANTRA

A menudo parece que haya una gran contradicción entre experimentar el placer y seguir un camino espiritual o religioso
De hecho, para mucha gente, la religión no significa más que la negación o el rechazo de los aspectos placenteros de la vida.
Parece que hay que decir "no" al deseo, "no" a la espontaneidad, "no" a la libertad de expresión.
Por eso, no es de extrañar que la religión establecida tenga tan mala prensa.
En vez de considerarla como un método para trascender nuestras limitaciones, parece una de las formas más duras de represión.
Pero todo eso de la renuncia es otra forma de superstición que debemos superar si de verdad queremos ser libres.
Desgraciadamente, la forma en que muchas sociedades han utilizado la religión, como medio de opresión política o de control, justifica ese duro juicio.
Esta visión de la religión como opresora o limitadora de nuestra naturaleza humana básica no sólo es compartida por sus críticos sino también por muchos practicantes religiosos.
Hay mucha gente que piensa que la forma correcta de seguir una disciplina espiritual es negando sencillamente su humanidad.
Se han vuelto tan recelosos con el placer, que piensan que ser desgraciado tiene un verdadero valor: "Soy una persona religiosa, por lo tanto no debo disfrutar".
Aunque su aspiración es lograr alguna forma de paz y felicidad eternas, se niegan los placeres de la vida cotidiana.
Ven esos placeres como obstáculos, como interferencias al desarrollo espiritual y, si les sucede que experimentan un pequeño placer, se sienten incómodos.
Algunos, ¡no pueden comerse ni un trozo de chocolate sin pensar que son pecadores y glotones! En vez de aceptar y disfrutar esa experiencia tal cual es, se enredan en un nudo de culpabilidad y reproche. "Cuando en el mundo hay tanta gente hambrienta y miserable, ¡cómo me puedo atrever a gratificarme de esta forma!"
Todas esas actitudes son un completo error.
No hay razón alguna para sentirse culpable con el placer; esto es tan erróneo como aferrarse a los placeres transitorios y esperar que nos den una satisfacción definitiva.
De hecho, esto es sólo otra forma de aferramiento, otra forma de encerrarnos en una visión limitada de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.
Esa culpabilidad es una perversión de la espiritualidad y no es, en absoluto, una actitud espiritual.
Si de verdad estuviésemos satisfechos con nuestra situación -felices y tranquilos tanto si nos encontramos ante condiciones favorables como adversas- tendría algún sentido el practicar la autonegación.
Podría utilizarse beneficiosamente para fortalecer nuestro desapego o para ayudarnos a comprender lo que es importante de verdad en nuestra vida.
Pero raramente nos privamos de algo por las razones correctas.
Nos empujamos a nosotros mismos hacia un estado desgraciado porque pensamos que ser desgraciado es en sí mismo algo valioso.
Pero no es valioso.
Si nos revolcamos en la desgracia, el único resultado es que experimentamos aún más la desgracia.
Por otro lado, si sabemos experimentar la felicidad sin las actitudes contaminadas del apego desmesurado o de la culpabilidad, podremos cultivar niveles cada vez más profundos en esta experiencia y lograr finalmente la felicidad inconcebible de todo nuestro potencial humano.
Si es equivocado este punto de vista que acabo de criticar, el de la autorrepresión, ¿cuál seria el punto de vista correcto para alguien que está verdaderamente interesado en desarrollar su máximo potencial?
Expuesto en forma sencilla, consiste en mantener la mente continuamente en una condición tan feliz y apacible como sea posible.
En vez de dejarnos llevar por los hábitos que tenemos de aferramiento, insatisfacción, confusión, miseria y mala conciencia, debemos intentar mejorar nuestra mente, desarrollando niveles cada vez más profundos de entendimiento, un control más hábil de nuestras energías mentales y físicas, formas de felicidad y gozo cada vez mayores y una vida mejor.
Este enfoque es mucho más razonable que el de intentar rechazar nuestras experiencias cotidianas.
Ésta es la lógica del tantra.

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